Lectura Bíblica: Carta a los Efesios 3, 1 – 7:
Por eso yo, Pablo, soy el prisionero de Cristo Jesús por vosotros los gentiles. Ya habréis oído que Dios me concedió el encargo de administrar su gracia en favor vuestro, pues mediante una revelación se me dio a conocer el misterio, como brevemente lo he descrito antes. Por su lectura podéis captar el conocimiento que tengo del misterio de Cristo, que no se dio a conocer a los hijos de los hombres en otras generaciones, como ahora ha sido revelado a sus santos apóstoles y profetas por el Espíritu: a saber, que los gentiles son coherederos, miembros de un mismo cuerpo y copartícipes de las promesas en Cristo Jesús mediante el Evangelio, del cual he sido constituido servidor, según el don de la gracia de Dios, que me ha sido dada por su fuerza poderosa.
Reflexión:
Por 35 años, yo viví bajo la creencia que yo era la culpable de mi abuso sexual. Yo acepté mi culpa y viví mi vida intentando ocultar mi vergúenza. Yo cargué con una culpa que no me pertenecía por años. En el tiempo oportuno de Dios, una psicóloga me ayudó a distinguir entre la mentira que yo creía cierta y la verdad que se me escapaba. Con esa claridad, pude, con la ayuda de la Carta a los Efesios, reconocer mi verdadera identidad y aceptarla. La verdad siempre estuvo ahí, pero Dios sabía que yo no estaba lista para que se me revelara.
San Pablo también recibió una revelación que era para su tiempo y no para las generaciones anteriores. La revelación era que todos, no sólo los judios, no sólo unos pocos, no sólo los de una raza o una religión, sino TODOS formamos parte de la familia de Dios. Cada uno componemos una parte indispensable del Cuerpo de Dios, de quien Él es la Cabeza. Tú formas parte de esa familia. Tú eres escogida y amada de Dios. Él te llama hija, te perdona, te redime y te ofrece una eternidad junto a Él.
El tiempo de Dios no es el nuestro, pero cuando llega ese tiempo y nuestro corazón está receptivo, qué mucho nos revela el Señor. Con qué facilidad pone claridad en medio de tantas mentiras.
Para Pensar:
Hemos ido, através de estas reflexiones, viendo nuestra verdadera identidad en Cristo. Ya conoces la verdad de tu identidad como hija de Dios, elegida, redimida, y amada. Con esa nueva claridad, ¿cuáles son las mentiras que creías (o crees) de ti misma y cómo tratabas (o tratas) de recompensar por ellas?
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